PRIMER PREMIO
CONCURSO LITERARIO IES ARAMO
SARA GARCÍA IÑESTA -4º
ESO-
SOMBRÍA
Mi
nariz se pegó al frío cristal del escaparate generando un vaho instantáneo,
mientras yo atisbaba con dificultad en el interior oscuro, las manos alrededor
de la cara. Cada día pasaba por esa misma esquina, pero hasta esa tarde, no me
había fijado en la tiendecilla.
Un cartel con forma de escarabajo oscilaba herrumbroso sobre la calle: “Sombría” - Desde 1903. El casco antiguo había evolucionado a su alrededor, manteniendo su encanto característico con el bullicio diario de los días de mercado llenando cada rincón. Sin embargo, un aura misteriosa envolvía esta esquina, manteniéndola alejada del ajetreo habitual. El escaparate oscuro, adornado con florituras góticas doradas, dejaba entrever objetos de lo más variopintos, por lo que debía de tratarse de otra tienda de antigüedades que dormitaba anclada en el pasado. No obstante, el mismo halo que la había mantenido oculta ante mis ojos durante tanto tiempo, fue el que me instó a abrir la portezuela de espejo e irrumpir de golpe en ese universo paralelo.
Algo
parecido a un grito ahogado sonó con mi llegada. Una campanilla metálica con
forma de sirena colgaba sobre mi cabeza, anunciando cada nueva visita al
interior. Al fondo, sobre un mostrador en la penumbra, un viejo con ojos de
búho cuidaba su guarida. Se levantó sin esfuerzo, y con pasos rápidos y cortos
se acercó a la entrada donde yo aún titubeaba.
-
¿Buscabas algo en particular, joven?- las palabras salieron de su boca con
hostilidad.
-
Sí... Algo fuera de lo común para mi tío... Es su cumpleaños, y colecciona
antigüedades- dije, no muy convencido, soltando lo primero que se me pasaba por
la cabeza.
Antes
de que pudiera evitarlo, me había aferrado el brazo con fuerza murmurando:
-Todo
lo que aquí puedas encontrar está fuera de lo común- su cara arrugada estaba a
un palmo de la mía- husmea todo lo que quieras, pero ojo con tocar algo que no
vayas a comprar. Aquí descansan secretos con los que nadie debería jugar...-
Dicho
esto, se esfumó tras una estantería mascullando algo incomprensible.
Comencé
a perderme entre las maravillas que se ofrecían ante mí, dando rienda suelta a
mi imaginación con cada uno de los objetos surrealistas que se presentaban ante
mis ojos. Instrumentos de otra época, un gallo de cresta negra disecado, velas
cubiertas de escamas, jazmines de porcelana colgando de espejos... Estaba
concentrado pasando las páginas de lo que parecía un manuscrito medioevo,
cuando una puerta alejada llamó mi atención. El enano del mostrador hacía
tiempo que había desaparecido, así que sin pensarlo dos veces, abrí la segunda
puerta de Sombría.
Una
bombilla titilante iluminaba una mesa situada en el centro de un cuartucho.
Sobre ella, un cofre de terciopelo verde botella protegía seis botes oscuros de
cristal. Me acerqué lentamente, procurando no hacer ruido, intuyendo que por
alguna razón su contenido no estaba expuesto a todo el mundo. Abrí por completo
el cofre, y observé con detenimiento cada uno de los botes de cristal, marcados
por una etiqueta oscura con una enrevesada caligrafía. Descifrando las confusas
letras conseguí leerlas:
105
– Ebonne Nasser - Sacrificio a los dioses, ofrenda sagrada.
365
– Dorian Onisse – Quemado en Alejandría, incendio de cultura.
1353
– Dominick Moore –Portador de la peste bubónica, epidemia devastadora.
1547
– Matteo Coppola – Intoxicación por pigmentos, pintura envenenada.
1850
– Gabriel Menéndez – Naufragio en el Atlántico, hundimiento de travesías.
La
sexta etiqueta estaba vacía.
El
tiempo parecía haberse detenido de golpe, mientras todos esos nombres de épocas
lejanas zumbaban en mi cabeza. Fue el último de los botes el que llamó mi
atención. La etiqueta incompleta ejerció una atracción magnética sobre mí,
mientras algo burbujeaba en el interior intensamente.
Lo
cogí con dedos temblorosos. Alargado y con adornos de malvas, su frío cristal
vibrando con el repiqueteo de mi acelerado pulso. El sudor se congeló en mis
poros, a medida que giraba la tapa dispuesto de una vez por todas a descubrir
su interior.
Una
espesa bruma comenzó a salir lentamente, mientras un olor a azufre inundaba la
sala. En unos instantes, todo se había llenado de niebla, atrofiando por
completo mis sentidos. Me ahogaba, el humo atascaba mis pulmones, era mi propia
tos lo único que oía. El espacio giraba a mi alrededor y, dominado por la
ansiedad, lo último que vi antes de que todo acabara, fue cómo la etiqueta
revelaba un último mensaje:
2019
– Luis Rodríguez – Intriga catastrófica.
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